domingo, 10 de abril de 2022

Llamados a vivir en el amor y la obediencia de los hijos de Dios

Homilía Domingo de Ramos de la Pasión del Señor
10 de abril de 2022

“¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y dicho esto, expiró.” – Lc 22,14-23,56

Queridos hermanos y hermanas, en este Domingo de Ramos volvemos la mirada y abrimos el corazón para contemplar el corazón de nuestra fe: Cristo murió y resucitó para que podamos conocer la plenitud de su amor, ahora y siempre. El incomprensible amor de Dios por nosotros, entró en el mundo como un pequeño y vulnerable niño, que creció hasta convertirse en un hombre, un hombre que aceptó sin miedo, con humildad y desinteresadamente el plan que Dios tenía para él.

Queridos hermanos y hermanas, es difícil escuchar la historia de lo que Jesús soportó e incluso imaginar el dolor y la humillación que él sintió. El Evangelio de la Pasión que hemos escuchado hoy nos muestra la violencia que sufrió nuestro Señor, las palabras como las que lo despreciaron y se burlaron, como lo azotaron y lo crucificaron. La misma gente que lo había alabado cuando entró en Jerusalén debido a sus palabras y los milagros que realizó se convirtieron en una multitud escandalosa, que lo maltrataba y lo escupía gritándole ¡crucifícalo, crucifícalo!El Señor fue insultado todo el tiempo mientras se arrastraba hacia el Calvario. Jesús se sacrifica en este último acto de amor, para mostrarnos que nada es más grande que el amor de nuestro Padre. En su sufrimiento y sacrificio, Jesús nos muestra que el último acto de amor es el perdón, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Este acto de amor se contraponen a lo que dijeron los soldados que lo crucifican: “¡Que se salve a sí mismo si este es el Mesías de Dios, el elegido!»

Queridos hermanos y hermanas, pero como podemos nosotros hoy responder al sufrimiento y muerte de Jesús, imitándolo. Para imitar a Jesús primero debemos recordar quiénes somos y cuál es nuestra misión. Usted y yo somos hijos de Dios destinados a vivir la vida al máximo. Somos sus discípulos llamados a difundir la Buena Nueva de su amor y misericordia. En esta Semana Santa aunque muchos tengamos que cumplir con nuestras obligaciones y responsabilidades personales, tomemos tiempo para reflexionar sobre lo que significa ser hijos de Dios y discípulos del Señor para nuestras vidas. Puede significar poner las necesidades de los demás antes que las nuestras, o ser más amables con aquellos que no conocemos bien. Puede significar dejar a un lado el orgullo o el resentimiento para sanar relaciones rotas, incluso perdonar a los demás, aunque hayamos sufrido a causa de sus acciones. Y definitivamente ser hijos de Dios y discípulos del Señor significa ser humildes y obedientes a Dios, confiando en que Él nos sostendrá en los sacrificios que hacemos y las acciones que hacemos para compartir su amor con los demás.

Queridos hermanos y hermanas, que durante esta Semana Santa, caminemos con Cristo cada día para crecer en nuestra capacidad de imitarlo en amor y humildad, especialmente el mundo hoy necesita del amor y la humildad de los cristianos… Y mientras nos preparamos para participar en la mesa donde Jesús se nos ofrece nuevamente, oremos por la gracia que nos fortalecerá y nos sostendrá en este caminar, rumbo hacia la Pascua…

¡María, Reina de la Paz, protégenos de la guerra!





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