Homilía Tercer Domingo de Pascua
23 de abril de 2023
“Tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos” – Lc 24,13-35
Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy nos dice: Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció, después de que los discípulos de Emaús compartieron la palabra y la mesa con el Señor su desesperación se convirtió en alegría; su cansancio se convirtió en júbilo y se apresuraron a regresar en medio de la noche a Jerusalén para contarles a los otros discípulos de su encuentro con el Señor resucitado.
Queridos hermanos y hermanas, es probable que podamos identificarnos con estos dos discípulos que iban camino a Emaús. Todos hemos experimentado momentos de desesperación y desengaño; frustración o pérdidas abrumadoras. Quizás esos momentos difíciles y desafiantes han debilitado nuestra fe o nos han hecho cuestionar el plan de Dios para nosotros y hasta nos hemos desviado del camino… “Nosotros creíamos que él iba a ser el libertador de Israel, sin embargo, han pasado ya tres días desde que lo mataron”. Pero entonces, Jesús resucitado se acercó hasta ellos, y comenzó a conversar haciéndose pasar por un viajero más. Sus ojos estaban nublados y no lo reconocieron. ¿Qué les impedía verlo? Su falta de fe. Ellos estaban esperando un Mesías guerrero que salvara a Israel del poder de los romanos. ¡Sí, faltaba fe y sobraba apego a sus criterios tan humanos!
Queridos hermanos y hermanas, al igual que los dos discípulos de Emaús a veces nosotros también necesitamos algo que nos saque de nuestra tristeza, que nos haga volver al camino correcto que nos conduce a la salvación. Necesitamos que se levante nuestra perspectiva y se reavive nuestra fe. Necesitamos a Dios. Como los discípulos de Emaús, también nosotros nos hemos puesto en camino en tiempo de incertidumbre y de inclemencia, de perplejidad y de zozobra, de desaliento y de oscuridad. El itinerario de la fe no consiste en la ausencia o presencia de Jesús, sino en la transformación interior que nos permite abrir los ojos, no para ver algo nuevo, sino para ver con ojos nuevos.
Queridos hermanos y hermanas, todos necesitamos de Dios y que mejor lugar para encontrarlo que la Iglesia en la celebración de la Misa, especialmente la Misa dominical, porque en la Misa Dios nos da todo lo que necesitamos para poder seguir avanzando en nuestro camino de fe, nuestro propio “Camino a Emaús” no es diferente al de los dos discípulos del Evangelio de hoy, nosotros también venimos a la Iglesia para ser alimentados por Dios. La Misa es una celebración que consta de dos partes Liturgia de la Palabra y Liturgia Eucarística, en la Liturgia de la Palabra, Dios nos habla, las Escrituras nos alimentan, enseñándonos los caminos de Dios y su plan para nosotros; en la Liturgia de la Eucaristía nos nutrimos nuevamente sacramentalmente con el cuerpo y la sangre de Cristo. El Evangelio de hoy nos dice que Él se les dio a conocer al partir el pan. Esto se repite en cada Misa, la Misa es el sacrificio perfecto, la comida perfecta, el alimento perfecto para nuestras almas. Si nos abrimos a todo lo que ofrece la Misa, nosotros también podemos sentir la alegría completa que impulsó a los discípulos de Cristo a correr y compartir la Buena Nueva con los demás, especialmente con todos aquellos que convivimos a diario. Amén.
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