Homilía Cuarto Domingo de Cuaresma – Año A
“Ustedes lo han visto, y el que habla con ustedes es él.” – Jn 9:1-41
Queridos hermanos y hermanas,hoy celebramos el Cuarto Domingo de Cuaresma, Domingo de Laetare el domingo de la alegría estamos alegres porque está próxima a la celebración de la Pascua, en este domingo somos invitados a dejarnos iluminar por la luz de Cristo. En la primera lectura se nos da una idea de los caminos de Dios. El más pequeño de todos se convirtió en el primero elegido por Dios para ser rey. A partir de ese día, cualquier éxito que David pudiera disfrutar sería una prueba del favor de Dios, que fortalecería la debilidad de David. Al elegir lo improbable, lo imprevisto, lo aparentemente tan pequeño para una tarea tan grande, Dios nos muestra que nada es imposible con su ayuda. Dios ve potencial donde todo lo que nosotros podemos ver son deficiencias. Dios prevé más para nosotros de lo que jamás podríamos imaginar.
Queridos hermanos y hermanas, la segunda lectura de la Carta de San Pablo a los Efesios es un llamado de atención a esta verdad sobre Dios. Pablo exhorta al pueblo de Éfeso a vivir como hijos de la luz. Porque Dios desea más de nosotros que vivir en la oscuridad. Envió a su Hijo a vencer las tinieblas con luz, para que todos podamos levantarnos de entre los muertos y recibir la luz de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, este vistazo a los caminos de Dios y el contraste entre la oscuridad y la luz preparan el escenario para el Evangelio de hoy. En lugar de alegrarse de que al ciego se le haya concedido el don de la vista, se le acusa de pecado como si fuera el culpable de su ceguera. Muchos en la época de Jesús consideraban que la ceguera era la maldición de Dios. Un hombre ciego era un “don nadie”, ya que no podía trabajar para mantener a su esposa y a su familia, y vivía como mendigo en las calles. Que Jesús le dé la vista a este hombre es como un renacimiento en la sociedad: le da una nueva esperanza y una vida mejor. El Señor ofrece lo mismo a todos los que creen.
Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio de hoy constituye la base para el segundo escrutinio de los elegidos que se preparan para el bautismo. Nos sirve como recordatorio de que todos nacemos ciegos y que recibimos la vista en el bautismo cuando podemos mirar el mundo por primera vez a través de los ojos frescos de la fe. De hecho, el Señor declara claramente su propósito: He venido a este mundo para juicio, para que vean los que no ven. Así, del linaje del joven e inesperado rey David surgió otro rey joven e inesperado: Jesucristo. A través de él, Dios nos ha reconciliado consigo mismo, nos ha sacado de las tinieblas a la luz y nos ha dado los ojos de la fe para declarar: Creo, Señor.
Queridos hermanos y hermanas, ahora que nuestro viaje de Cuaresma ha llegado a la mitad del camino, oramos para que el Señor continúe abriendo nuestros ojos a lo que necesitamos ver, sanándonos de nuestros puntos ciegos y reconociendo los pecados que pasamos por alto. Que podamos mirarnos unos a otros como Dios nos mira a cada uno de nosotros: con amor y misericordia, porque Dios desea para nosotros más de lo que jamás podríamos imaginar. Y que la gracia de la Eucaristía nos transforme para llevar una vida agradable al Señor, produciendo toda clase de bondad, rectitud y verdad. Amén.