domingo, 19 de junio de 2022

Llamados a ser presencia real de Cristo para los demás

Homilía Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
19 de junio de 2022

“Entonces tomando los cinco panes y los dos peces, y mirando al cielo, pronunció la bendición sobre ellos.” – Lc 9,11b-17

Queridos hermanos y hermanas, nos reunimos hoy para celebrar la Solemnidad del Corpus Christi. En muchos sentidos, somos muy parecidos a la multitud del Evangelio. Nosotros también hemos venido con nuestras esperanzas y necesidades para encontrar a Jesús. Hoy aquí Jesús crea un mundo eucarístico donde todos experimentan su presencia real y la esperanza de algo mejor. ¡Aquí nadie pasa hambre!

Queridos hermanos y hermanas, hoy y en cada Misa, Jesús suple estas necesidades dándonos su amor total e incondicional, al mismo tiempo que nos nutre tanto física como espiritualmente. Aquí vemos por qué la Iglesia llama a la Eucaristía la fuente y cumbre de nuestra fe. Es la fuente porque Jesús es la fuente de nuestra fe, y es la cumbre ya que nuestra fe se trata, en última instancia, de compartir su Resurrección y su vida.

Queridos hermanos y hermanas, en la Eucaristía recibimos verdaderamente al mismo Jesús: su cuerpo, sangre, alma y divinidad, nutriéndonos para esos momentos de soledad que tan a menudo son parte de nuestra experiencia humana, asegurándonos que Dios está siempre presente en nuestras vidas. Cristo, en la Eucaristía, sigue alimentando multitudes y sobra mucho más en abundancia. La Eucaristía ha sido ofrecida por la Iglesia desde su comienzo, y será ofrecida por ella hasta el final de los tiempos porque Jesús dijo: Haced esto en memoria mía. La Eucaristía seguirá alimentándonos también porque Jesús quiere permanecer con nosotros y en nosotros, ayudándonos a buscarlo, verlo y servirlo en la forma en que nos amamos, honramos, servimos y perdonamos unos a otros.

Queridos hermanos y hermanas, mientras nos preparamos para recibir la sagrada Comunión, repetiremos las palabras del centurión del Evangelio que se encontró con el mismo Jesús: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero di la palabra y mi alma será sanada (Mateo 8:8). Cada vez que recibimos este gran regalo del cielo, debemos hacerlo con temor y temblor, sabiendo, como nos recuerda Pablo, que estamos proclamando la muerte y resurrección de Cristo hasta que vuelva en gloria. Aquí nos unimos a los santos y ángeles en la adoración de Aquel que nos ha amado sin condiciones. Aquí, en los signos del pan y del vino, Cristo satisface nuestras necesidades más básicas: ser amado y nutrido. Amén






 

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