Homilía Decimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario
7 de agosto de 2022
“Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón.” – Lc 12, 32-48
Queridos hermanos y hermanas, el Evangelio del domingo pasado nos invitaba a no poner nuestra confianza en las cosas de este mundo, hoy el Evangelio nos invita a poner nuestra mirada en los bienes eternos donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla, pero hay muchas personas que viven distraído y angustiados con las cosas de este mundo y hasta creen que todas las cosas materiales que tienen se la podrán llevar consigo después de muerto, pero les llega la hora y sabemos que todo se queda en este mundo....
Queridos hermanos y hermanas, en muchos países de Latinoamérica hay una costumbre sencilla, buena y santa de que cada vez que pasa un cortejo fúnebre, la gente se detiene y reza por la persona que ha muerto y por la familia que sufre su pérdida. Ya sea que hayamos participado o no en esa costumbre, es dudoso que alguno de nosotros haya sido testigo alguna vez de ver un camión de mudanza siguiendo el carro fúnebre hasta el cementerio. Porque como dice el viejo adagio “no puedes llevártelo contigo” las cosas de este mundo no servirán de nada después de la muerte.
Queridos hermanos y hermanas, necio no es una palabra que estemos acostumbrados a escuchar a Jesús usar. El uso que hace Jesús de la palabra en la parábola de hoy se hace para recalcar una realidad muy importante. Si vamos a pasarnos la vida persiguiendo cosas que al final no nos la podremos llevar en un camión de mudanza al cementerio, en vez de seguirlo a él, que nos ofrece el mayor de los tesoros, la vida eterna, puede que no nos guste donde acabaremos nosotros y las cosas que hemos acumulado durante nuestra vida.
Queridos hermanos y hermanas, Jesús no condena a los ricos ni llama a todos a vivir en la pobreza. Se trata de equilibrio. Se trata de la perspectiva, de darle el valor correcto a las cosas. San Pablo nos dice en la segunda lectura de hoy tomada de la Carta a los Hebreos, que debemos poner a muerte. . . inmoralidad, impureza, pasiones, malos deseos y avaricia que es idolatría…
Queridos hermanos y hermanas, otra forma de abordar esto sería preguntarnos acerca de los motivos más fundamentales y profundos de nuestras decisiones, comportamientos y acciones… Las cosas materiales que tenemos ¿Es para servir a los demás o simplemente para salir adelante en la vida? Si abordamos todo lo que hacemos con una actitud de servicio a los demás, seremos ricos más allá de nuestra imaginación. Si abordamos nuestras acciones, nuestras posesiones solo con la actitud de “cuanto más grande es mejor, el estatus es importante, el éxito a expensas de los demás es parte del costo de hacer negocios”, entonces nos dirigimos hacia la pobreza espiritual, que puede producir consecuencias catastróficas, perder la orientación de nuestro destino final que es regresar a nuestra patria celestial…
Queridos hermanos y hermanas, hoy somos llamados a ver a cada persona, incluyéndonos a nosotros mismos, contribuyendo igualmente al reino de Dios; cada uno de acuerdo a sus habilidades y bendiciones. Pero debemos recordar que Dios no muestra favoritos. Todos debemos estar en el mismo camino, porque Cristo está dentro de cada uno de nosotros, guiándonos y, a veces, empujándonos hacia la meta, el cielo. Pero el cielo debemos empezar a construirlo desde aquí en la tierra, poniendo en práctica los bienes eternos como la caridad, fraternidad, la voluntad de Dios en las cosas de este mundo, como la familia, el trabajo, la comunidad, la política, la cultura; debemos dedicar parte de nuestro tiempo a enriquecernos con las cosas de Dios y las cosas de este mundo… Pidamos hoy la gracia de que mientras caminamos por la vida mantengamos encendida la lámpara de la fe, ya que la fe es seguridad de lo que se espera y la esperanza no puede ser defraudada. Amén.