Lunes de la Cuarta Semana del Tiempo Ordinario
«Jesús le había mandado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre» Marcos 5,8
Hoy Jesús nos recuerda que Dios desea nuestra sanación y libertad en él. La misión de Jesús era restaurar la comunión dentro de la creación caída: reconciliar a la humanidad con el Padre y entre sí. La historia de hoy demuestra el alcance omnicomprensivo de Cristo y su poder. El espíritu inmundo lo reconoce y se sujeta a él. El resultado final es que el hombre que había sido poseído fue liberado. Jesús curó a las personas de sus dolencias físicas, pero en muchos sentidos “lo que sanó” no es tan importante como el hecho de que Él tenía y tiene el poder de sanar y lo hace, Jesús vino a sanarnos en nuestras relaciones unos con otros y con el Padre para liberarnos de la muerte del pecado. La curación se presenta de muchas formas y, ciertamente, la medicina moderna puede hacer maravillas para la salud física, mental y psicológica. Pero algunas heridas son de naturaleza espiritual: quiénes somos en comunión con Dios y el cuerpo de Cristo. Esto significa que debemos acudir a Jesús, el Médico Divino, en busca de curación. A través del sacramento de la reconciliación, Jesús realmente puede sanarnos y liberarnos. Cuanto más aprovechamos esa misericordia, más libres seremos, dejando espacio para que Cristo actúe en nosotros en lugar de estar sujetos a nuestra propia naturaleza pecaminosa. Llenos de su amor, renovados en su misericordia y fortalecidos por la gracia, llegaremos a ser como el hombre gerasenos sanado, uno que proclama la Buena Nueva del amor redentor de Jesús obrando en el mundo. Amén
Dios nos bendiga.
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