Undécimo Domingo del Tiempo Ordinario
“La tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas.” – Mc 4,26-34
Hermanos y hermanas: Nuestras lecturas de hoy hablan sobre el reino de Dios: cómo se establece, cómo crece y cómo alcanzará su realización. En la primera lectura, Ezequiel usa la imagen de un cedro plantado en la cima de una montaña para profetizar que Dios restaurará a Israel bajo un nuevo rey del linaje de David. Sabemos que Jesús es este nuevo rey, el tan esperado Mesías de Israel. Pero su reino no es la dinastía política que el pueblo esperaba. Jesús vino a proclamar el reino de Dios.
En el Evangelio, Jesús cuenta dos parábolas sobre el reino de Dios. En el primero, dice que el reino es como un hombre que siembra la semilla en la tierra y aunque no sabe cómo crece, pero si sabe recoger la cosecha en cuanto los frutos están maduros. En la segunda parábola, Jesús compara el reino de Dios con un grano de mostaza. Aunque es una semilla pequeña, crece hasta convertirse en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que hasta los pájaros pueden anidar a su sombra.
En ambas parábolas hay un contraste entre comienzos pequeños o humildes y grandes conclusiones. También hay un elemento de misterio en el proceso de ir desde el principio hasta el final que sugiere una guía divina. La descripción que hace Jesús del hombre que duerme, se levanta y observa cómo sus plantas dan frutos por sí solas no es una descripción precisa de la agricultura. Cualquiera que haya cultivado un huerto en su patio trasero sabe que hay que prepararlo, regarlo y podarlo muy bien antes de que las plantas den frutos, pero el énfasis de la parábola es que Dios es la fuente del crecimiento del reino.
Pero, ¿dónde estamos nosotros en estas lecturas de hoy? Podríamos decir que estamos en algún momento entre la siembra y la cosecha. El nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús son las semillas que se han plantado y estas semillas se esparcen y se siembran cada vez que escuchamos la palabra de Dios o celebramos los sacramentos. El reino de Dios ya está aquí, pero también sabemos que Cristo vendrá otra vez. Como escribe Pablo en la segunda lectura, todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo.
Hermanos y hermanas: Hasta entonces mientras nos llega el momento de comparecer ante el tribunal de Cristo, caminamos por fe, no por vista, sabiendo que lo que Dios tiene reservado para nosotros es mayor de lo que podamos imaginar. La obra del presente es construir el reino de Dios, confiando en que él proveerá para su crecimiento, incluso cuando no podamos verlo. Hoy somos llamados a hacer el bien y evitar hacer el mal para estar listos cuando llegue el tiempo de la cosecha. Amén
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